“If you start me up, if you start me up I´ll never stop”
(The Rolling Stones, “Start me up”)
El 7 de Julio de 1.982, cinco tipos que pasaban de los cuarenta y a los que muchos consideraban ya como demasiado mayores para seguir ejerciendo de balas perdidas por el mundo, ofrecieron el que, para los 70.000 afortunados que se congregaron en el Vicente Calderón aquella noche de tormenta, fue el concierto de sus vidas. La imagen de Jagger saliendo al escenario con el diluvio universal de fondo forma parte ya de nuestra memoria, vivida o no, como la muerte de Chanquete o los agujeros de bala en el techo del Congreso de los Diputados.
Más de 30 años después otro quinteto, cuyos componentes ni siquiera habían nacido cuando los Stones quemaban Madrid bajo la lluvia, regalaba a otro puñado de elegidos una obra de arte en forma de tercer cuarto maravilloso, con cuarenta y un chuzos de punta cayendo a plomo sobre un desprevenido grupo de alemanes que solo vinieron a jugar al baloncesto y se encontraron, de repente, convertidos en estatuas de sal. Alguno de ellos, incluso, creyó escuchar la guitarra de Richards tocando a rebato en cada contraataque de los de blanco.
Y a Pablo Laso silbando, casi inadvertidamente, los primeros acordes de “Satisfaction”.
Eso sí, con el paraguas siempre a mano. Nunca se sabe cuándo caerá el próximo chaparrón.
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