Tiene que ser este domingo. Tiene que ser en el Palacio. Tiene que ser en Madrid. Los hombres de Pablo Laso alcanzan por tercera temporada consecutiva la final de la Euroliga tras derrotar por 96-87 al Fenerbahce Ulker de Zeljko Obradovic.
Partido relativamente plácido para el conjunto merengue que pese a todo vio cómo Fenerbahce empezaba el partido con más acierto y mejor defensa que ellos, basando su juego en un Vesely que dinamitaba la zona madridista sin ningún tipo de compasión. Mientras el Real Madrid hacía del perímetro su terreno de guerra en ataque, el conjunto turco hacía de la zona su territorio de batalla. Así se llegaba al final del primer cuarto con un apretado 20-21 favorable al conjunto de Estambul, debutante en una Final Four pero que no parecía notar los nervios de un novato en estas lides.
Ahí podemos decir que se acabó el partido. Y se acabó porque tres hombres por encima del resto así lo quisieron. Andrés Nocioni, Gustavo Ayón y KC Rivers decidieron que el partido debía acabarse en el segundo cuarto y se pusieron manos a la obra. Tres fichajes para esta temporada, fichajes en algún caso fuertemente criticados, ya sea por edad o por desconocimiento del jugador.
El Chapu, a sus 35 años, desesperaba al recientemente nombrado MVP de la Euroliga, Nemanja Bjelica, con una defensa espectacular e imponiéndose acción tras acción en ataque. Ayón por su parte lograba hacerse el rey absoluto del juego: si el equipo necesitaba puntos, ahí estaba Gustavo. Si sus compañeros necesitaban correr, ahí estaba de nuevo Gustavo para robar e iniciar contraataques. Llegó al descanso con una estadística de 16 puntos, 5 rebotes, 4 asistencias y tres robos, para un total de 27 de valoración en 18 minutos. Hoy más que nunca ha sido nuestro Titán. Y Rivers haciendo de pegamento del equipo. Bueno, de pegamento y de tirador absoluto, encadenando una espectacular racha de cuatro triples seguidos. Ellos lideraban unos diez minutos para el recuerdo que hacían que el balance del segundo cuarto fuera 35-14 y el resultado al descanso un más que contundente 55-35.
Si bien en la segunda cuarto no se llegó a sufrir como tal, sí es cierto que hubo quizá algún momento de dudas. Fenerbahce subió el listón defensivo y embarró el partido, con acciones de más que discutible deportividad. A esto se le sumó la acumulación de faltas de los interiores madridistas debido a faltas dobles en algunos casos absurdas e incomprensibles (Felipe, Slaughter y Ayón no terminaron el partido eliminados con cinco personales). Además, por si fuera poco, se le añadió la fea costumbre que parece haber en el baloncesto por parte de los árbitros de meter en el partido a un rival muerto, la suma de estas acciones (y de la ligera desconexión merengue, tampoco son perfectos) provocaron que la diferencia en el marcador estuviera en unos márgenes comprendidos entre diez y quince puntos que no rompían el partido definitivamente a favor del Real Madrid pero que tampoco ponía en gran peligro su pase a la final, pese al último arreón de un Goudelock que cuando se quiso echar el equipo a la espalda era demasiado tarde. Final del partido, 96-87 y a pensar en el domingo.
Y es que el domingo nos espera un viejo conocido: el Olympiacos de Vassilis Spanoulis. Hay cuentas pendientes que saldar. Los presentes en Londres no olvidarán como el jugador griego frustró sus sueños aquel día. La Novena espera a una generación que espera que a la tercera sea la vencida. Lo merecen. Lo merecemos.
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