Belgrado no es solo la capital de Serbia. Es una de las capitales por excelencia del planeta baloncesto. Una ciudad con un millón de habitantes, pero que cuenta con 5 equipos en la máxima categoría del baloncesto serbio, siendo dos de ellos (Partizán y Estrella Roja) clubes con una importante tradición en el basket europeo, asiduos de la Euroliga. Dentro de la rivalidad entre uno y otro, Partizán y Estrella Roja tienen el monopolio del baloncesto serbio, siendo extraños los casos de jugadores originarios de dicho país que han despuntado sin haber pasado antes por uno de los dos colosos. Esa hegemonía se extiende a la Liga Adriática, disputada por los equipos más destacados de las Repúblicas de la antigua Yugoslavia, que ha caído en manos serbias en 10 de sus 14 ediciones. No es momento de entrar a discutir quien es más grande de los dos, dado que no hay una diferencia significativa en el palmarés que nos permita establecer una diferencia. Solo de reconocer que Belgrado, con esos dos clubes a la cabeza, es probablemente la ciudad europea con mayor concentración de talento baloncestístico por metro cuadrado.
Los tiempos cambian, qué duda cabe. Y en la década de los 90 la fractura de la antigua Yugoslavia trajo también cambios al baloncesto patrio, o mejor dicho, al de las diferentes patrias que se constituyeron a partir del gigante azul, blanco y rojo. Los clubes yugoslavos y, en la parte que nos toca hoy, los serbios, experimentaron la llegada de talento extranjero, de jugadores que pese a no contar con ese gen yugoslavo que impregna amor al deporte de la canasta, llamaron la atención de los clubes serbios, que no dudaron en echar el anzuelo sobre ellos. Así, Partizán de Belgrado llegó a la Final Four de 2010 con Jan Vesely como estilete. Un checo fichado con 18 años y que se hizo hombre en la ciudad del talento (sin olvidar a otro foráneo como Bo McCalebb). Poco después repetirían la jugada (aunque sin tanto éxito) con franceses como Leo Westermann, Joffrey Lauvergne (hoy en Denver) o Boris Dallo. Estrella Roja ha optado por seguir abasteciendo su cantera de jugadores serbios, aderezándolo después con jugadores extranjeros ya formados. Es el caso de Omar Cook, de DeMarcus Nelson o de nuestro protagonista de hoy. En resumen, Belgrado no solo es un escenario para crear el talento. También es una ciudad de oportunidades para aquellos que no han podido mostrarlo en otras ciudades. Y Quincy Miller es uno de los beneficiarios de ello.
Si decimos que Belgrado es una de las ciudades con más talento por metro cuadrado de Europa, probablemente Chicago sea una de las candidatas a es título al otro lado del Atlántico. En Windy City nació, en Noviembre de 1992, Quincy Cortez Miller. En la principal del estado de Illinois, el balón no es sino una prolongación del cuerpo de muchos niños, y así sería en su caso. Desarrolló un afecto por el balón, un control del mismo, que le ha acompañado incluso pese a su crecimiento. Esa es la principal característica diferencial de Miller: Que, pese a sus 2.08 de estatura y sus extensísimos brazos, maneja el balón con la habilidad de un pequeño. Quincy Miller es un ‘3’ anotador puro y duro, de esos que tanto nos gustan en esta sección. Reúne prácticamente todos los recursos necesarios para anotar, pues a ese buen manejo de balón y su agilidad para crearse su propio tiro, suma un muy buen lanzamiento exterior. Todo esto le convierte, probablemente, en el mejor jugador en el 1 para 1 que hay ahora mismo en la Euroliga. Además, esos 2.08 le permiten jugar también como ‘4’, siendo un comodín perfecto entre esas dos posiciones. Uno de tantos «tweeners», a medio camino entre ambas posiciones a los que cuesta encontrar sitio entre el poderío físico de la NBA, pero que aquí en Europa rinden y muy bien. Sí es cierto que es un jugador bastante liviano, espigado si acaso, lo que ocasiona que interiores más bajos pero con mayor corpulencia puedan hacerle daño en la pintura. No obstante, esa diferencia de altura y sus extensísimos brazos hacen que pueda competir con dichos interiores. Miller sufre en el contacto, pero su agilidad le permite ser muy eficaz en las ayudas, y sus largos brazos le permiten llegar con facilidad al tapón (promedia 2 por partido en Euroliga) y el rebote (7.5 de promedio).
Recapitulemos. Un 2.08, de brazos extensísimos, con el balón pegado a la palma de su mano y una capacidad anotadora exquisita. No debería extrañarnos que en América algunos exaltados elevasen la voz y comparasen a Miller desde muy pronto con Kevin Durant. Cuando estaba considerado como uno de los mejores jugadores de su promoción (el segundo tras Anthony Davis, ni más ni menos) una gravísima lesión en el tendón de Aquiles le frenó en seco. Había tenido a Kentucky y Duke tras él, pero se decantó por la universidad de Baylor para seguir sus pasos. En su primera temporada, saliendo de esa lesión, fue uno de los mejores freshman de la temporada 2011-12. Se hablaba de él como un futurible TOP-5 del Draft si proseguía su desarrollo. Pero Quincy Miller no tomó la decisión correcta. No podía esperar para llegar a la NBA.
No era el momento, ni una franquicia caótica como los Denver Nuggets su sitio. Miller se precipitó y cayó hasta la segunda ronda del Draft (pick 38, por los Nuggets). Una primera temporada sin apenas jugar en la NBA (sí en la Liga de Desarrollo) y su oportunidad llegaría en la 2013-14 ante las lesiones. Pero Miller no convenció. Para un jugador que necesita tanto el balón como Quincy Miller, el verse privado del mismo supone lo más parecido a la muerte baloncestística. Sí tuvo partidos destacables (un doble-doble de 16 puntos y 11 rebotes ante los Orlando Magic) pero fueron simples destellos en la oscuridad. Denver se deshizo de él en verano de 2014. La pasada temporada sacó el pase de temporada para el ascensor entre D-League y NBA. En una liga destinada al espectáculo y los números como la D-League, Miller despuntó como nunca (25 puntos en 28 minutos de promedio en 15 partidos). Sacramento y Detroit le dieron sendas oportunidades, pero fue de nuevo incapaz de consolidarse y las lesiones volvieron a lastrarle cuando Stan Van Gundy más contento estaba con él. Traspasado a Brooklyn, y luego cortado por los Nets, el hombre que pudo reinar vio las puertas de la NBA cerradas el pasado verano.
Entonces apareció Estrella Roja. Un equipo desquiciado, lastrado por las lesiones y el pésimo rendimiento de jugadores como Schorsanitis y Mekel, destinados a llevar en volandas al equipo rojiblanco. Buscando un revulsivo, se hicieron con Quincy Miller en Octubre. El resto es historia: Los serbios ganaron 4 de los últimos 6 partidos en la Regular Season y entraron en el Top-16, donde a punto estuvieron de dar la campanada en la pista de Efes en la primera jornada. En dichas 4 victorias, Miller superó los 20 puntos, además de un doble- doble (21 puntos 10 rebotes) para sellar el pase ante Bayern de Munich. Estrella Roja ha pasado en 2 meses de ser vapuleado en Madrid y Moscú a ganar en su cancha a Real y Khimki y buena parte de la culpa la tiene el nuevo ídolo de la Sala Pionir. Quincy Miller, con su descaro (sin olvidar a Stefan Jovic y Maik Zirbes, entre otros), ha dotado a Estrella Roja de la personalidad necesaria para competir y ganar a los más grandes de Europa. Porque para ser el ídolo de Belgrado no hay que tener el pasaporte serbio. Únicamente hay que tener talento. Y a Quincy Miller, eso le sobra.
Por Nacho Anaya Coll (@Anaya_Coll)
Redactor 24segundosenblanco
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