Cuando pasan veinte años sin haber saboreado una gran victoria, uno se acostumbra al amargor de la mediocridad. Es por eso que el 17 de mayo de 2015 entra en el mejor día de la vida de muchos madridistas que, tras haber acumulado sinsabores los últimos diecisiete años y después de haber rozado la gloria en Londres y Milán, por fin logramos esa ansiada Novena.
Creo que alivio es lo primero que sentí cuando el reloj se puso a cero. Como si me hubieran quitado un peso de veinte toneladas de encima. No hubiera sido justo otro año a las puertas, pero el deporte no siempre se rige por la justicia o injusticia de las causas. Sin embargo, esta vez los dioses, la fortuna, el destino o todo a la vez, se pusieron de parte de un Real Madrid que, por fin, volvía a reinar en Europa.
Una de las mejores cosas de este equipo es que La Novena fue, desde el principio de temporada, un proyecto común de equipo y afición. El Palacio respondió en las grandes citas como nunca lo había hecho antes conscientes de que a la tercera tenía que ir la vencida, que era el año y que con una Final Four en casa, la Euroliga no se podía escapar, y los jugadores devolvieron con creces, llegando hasta una final en la que todo gesto era absolutamente cómplice. Continuos gestos a la grada, que luchaba por imponerse a los cánticos de los turcos en semifinales, y de los griegos en la final. Los jugadores contribuyeron acallando a los rivales para que las voces madridistas sonaran por encima de todo lo demás. La Novena fue suya, pero también nuestra, porque nos dejamos la voz y el alma, porque los dos años anteriores nos volvimos a casa con la maleta vacía y porque para poder disfrutar plenamente de los buenos momentos hay que haber sabido estar en los malos (y la que escribe sabe mucho de esto).
Para saber los detalles de la final contra Olympiacos, están las crónicas del día. Esto es solo un recordatorio nostálgico de ese momento mágico en el que miras a tu alrededor y solo ves gente de blanco con lágrimas en los ojos. De felicidad, claro. Porque por fin el Real Madrid volvía a ser Campeón de Europa. Me abracé con muchos desconocidos ese día. Porque lo habíamos conseguido y porque todo lo pasado ya daba igual. Qué bonita es la magia del triunfo.
Hoy hace un año que Felipe Reyes levantó la ansiada copa. Hace un año que decidimos volver. Y aunque ya destronados, la dinámica invita a pensar que se volverá pronto. Una vez experimentado el mágico sabor de la victoria, sería cruel que la historia se repitiera con veinte años de sequía. Como decíamos tras la derrota ante Fenerbahce en los cuartos de final esta temporada, cuando te ha costado tanto trabajo y tanto esfuerzo llegar a lo más alto, la caída duele más. Pero nos levantaremos, porque si algo ha demostrado mi Real Madrid es que aquí no se rinde nadie.
Macarena García
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