No creo que muchos aficionados al Real Madrid en abril fueran capaces de adivinar un final de temporada tan decepcionante para un año en el que equipo ha estado peleando al más alto nivel durante ocho meses. Consiguiendo liderar la liga regular tanto en Euroliga como en ACB, habiendo ganado la Copa en febrero, y superando a Darussafaka en cuartos de final, tras ganar dos partidos a domicilio después de un incómodo 1-1 en el WiZink Center. Si bien creo que la obligación en Euroliga no es tanto ganar como llegar a Estambul y competir por la corona continental, ya que siempre he pensado que la Final Four es una cúpula del trueno donde cuatro equipos entran, tres pierden y excepcionalmente se gana.
Obviando el intrascendente tercer y cuarto puesto, el equipo se ha movido en un 75% de victorias (26-9) Euroliga y ACB (32-12). Sin embargo, se han ganado muchos partidos, pero no se han ganado los encuentros clave, es decir, los que te permiten alzar la copa de campeón. Es hora de preguntar por las razones que han impedido alcanzar la gloria en lugar de buscar culpables. Como ya he dicho más de una ocasión, el problema de no alcanzar el éxito deseado es querer buscar culpables en lugar de sacar conclusiones que te permitan seguir ganando. Como en Star Wars, la ira conduce al lado oscuro y de vivir en el agujero negro ya sabemos mucho durante dos décadas. Cabeza fría porque el equipo no ha estado tan lejos.
En una estructura ganadora como la del Real Madrid de Laso una campaña que se salda con la conquista del título menos importante, donde se compite y el público te apoya, es asumible siempre y cuando se aprendan de los errores. Para poner en contexto, Zeljko Obradovic entre los títulos de Euroliga de 2002 y 2007, con un transatlántico como Panathinaikos firmó dos eliminaciones en Top-16, otra en cuartos más una semifinal perdida. ¿Apretó PAO el botón de rojo? Aprendió, dobló la apuesta por el serbio y llegaron los títulos de 2007, 2009 y 2011.
¿Qué lecciones nos deja la temporada? Fundamentalmente, en mi opinión, lo que nos ha pasado en los partidos clave, los que deciden si campeonas o si ves como tu rival levanta el título, contra Fenerbahçe en Final Four y Valencia Basket en la final ACB, no ha distado mucho de lo que nos pasó en nuestras visitas de diciembre a Darussafaka, sin Llull; y Estrella Roja. En las derrotas madridistas de este año se ha puesto de manifiesto la principal debilidad de esta plantilla: la escasez de generadores de juego. Llull y Doncic han estado solos a la hora de crear juego a partir del bote tanto para ellos como para sus compañeros. Prácticamente han sido los únicos que han nutrido de balones al resto de jugadores blancos con regularidad.
Rudy, otro jugador que puede desempeñar este papel, lo ha hecho en contadas ocasiones, en aquellas veces que decide penetrar con decisión para lanzar o encontrar a sus compañeros. Y del resto, útiles en otros apartados, poco se puede esperar en este sentido porque únicamente Randolph desequilibra a través del bote, pero solo se da de comer así mismo, eso durante la parte de la temporada en la que ha estado de cuerpo presente antes de convertirse en un espectro intrascendente y decadente.
Estos problemas en la generación de juego especialmente se han creado, o eso me ha parecido, porque los equipos han sabido ser muy agresivos sobre Llull y Doncic, especialmente cuando ejecutan en bloqueo en la parte superior. El 2×1 de pívot más defensor exterior nos ha ralentizado el ataque y acercado al colapso ofensivo, al que se terminaba llegando cuando la defensa rival también ha sabido cortar las líneas de suministro a Carroll. Cuando estas situaciones se producían, en otros años el Real Madrid contó con el Chacho, pero esta campaña ha parecido un equipo limitado, poco trabajado, dependiente de un arranque de calidad individual o de mera puntería desde el exterior. Sí, es cierto que Llull tiene problemas para soltar rápido la bola y que acapara muchos tiros al final de posesión, sin embargo, ¿por qué lo hace? ¿Egoísmo, complejo de superhéroe, imposición del banquillo o porque sus compañeros le pasan el marrón sobre la bocina?
Estos momentos de colapso ofensivo han ayudado a contribuir a la sensación de que faltan lanzadores exteriores. Todos hubiésemos estado más seguros con otra amenaza anotadora exterior, sobre todo una vez que Rudy ha estado negado de cara al aro, pero gran parte de los malos porcentajes en el lanzamiento de tres puntos se han debido a estos problemas de generación de juego. Muchos tiros parecían más un ‘hail mary’ cuando la posesión expiraba que intentos en buenas posiciones de lanzamiento.
Esta escasez de generadores de juego y malos porcentajes de tiro también han puesto de manifiesto una mala planificación de plantilla, donde había ocho jugadores interiores, pero cuatro de ellos muy limitados. Felipe y Chapu por edad; Thompkins por pasaporte; y Álex Suárez, por calidad; han condicionado la plantilla. En el caso del estadounidense, con buenos minutos ofensivos en Euroliga a buen seguro hubiera sido un buen argumento para medirse a Valencia, como el año pasado lo fue ante el Barça, pero lo vio desde la grada.
Felipe y Chapu aunque para nosotros siempre serán unos guerreros inmortales ya no llegan. Les cuesta medirse con jugadores más altos, más fuertes, más rápidos y más jóvenes. Su experiencia siempre es un grado, su carácter puede servir para espolear a sus compañeros o a la grada, pero los datos no mienten: Chapu 1/13 en triples en los dos partidos en La Fonteta o los 19 rebotes ofensivos capturados por los taronja en el cuarto choque, donde cada uno jugó 20’. ¿Todavía queda alguien que piense que con ellos en pista se habría conseguido parar a Udoh o Vesely en Estambul? Really?
En mi opinión, el desgaste ha sido el tercer factor que ha contribuido a la decepción. Creo que tras la Final Four, al cansancio físico se unió el emocional. La unión de ambos ha sido decisiva para perder la final contra Valencia Basket. No quiero desmerecer a los valencianos, más que justos campeones. Llegaron en buen estado de forma, con gran ánimo tras derrotar a Barça y Baskonia, detectaron nuestras debilidades, hicieron un plan, se lo creyeron, lo ejecutaron y, además, tuvieron ese punto de superioridad física que a estas alturas de año suele ser decisivo. Creo que ante otro equipo de Euroliga, con un desgaste similar, la serie hubiera acabado en un quinto y quien sabe si en otro…
Para mi, aunque es una opinión que más de uno puede tachar de no acorde con la filosofía del club blanco, el fracaso es no competir, no estar a la altura, no reside en perder una semifinal de Euroliga o una final ACB. Fracasar es no aprender de la derrota para volver a ganar. Fracasar sería no ver que el equipo necesita más jugadores que creen juego para ellos y para el resto; fracasar sería no ver que la plantilla está envejecida para disputar 80 partidos por temporada; fracasar es no darse cuenta que desde la llegada de Udoh, el Real Madrid tiene un balance de 2-6 ante Fenerbahçe; fracasar sería rendirse, pero también montar en cólera y arrasar con todo víctima de una rabieta infantil de mal perdedor. La cuestión y la gran duda que tengo es si estos problemas del equipo se solucionan con retoques o con una reforma estructural. En 2014 se supo entender, confío que en 2017 también.
Carlos Ayllón @carlos_ayllon
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