Se hablaba muchísimo de una gran generación italiana: desde el caso Bargnani y su número uno del draft hasta los que también han pisado la NBA, como Marco Bellinelli, Luigi Datome o Danilo Gallinari. En Europa había nombres que funcionaban como Daniel Hackett y además, lo mejor estaba por venir: qué decir de Sandro Gentile o Pietro Aradori. Es más, ¿han visto a Della Valle? Era toda una serie de conexiones entre distintas generaciones que pareció, en algún momento, que iba a dar que hablar. El baloncesto italiano, otra vez. Resurgir.
Pero si bien las cosas a nivel individual parecían salir de un trabajo bien hecho, esa no era ni mucho menos la noticia. Si Italia como país fue una torre tan alta que pudo llegar a atravesar el cielo, sus cimientos eran de papel. La situación se resquebrajaría al llegar la lluvia y esos pilares fueron cayendo uno por uno. No sólo era una cuestión política. Estaba tan enraizado que provocaría una caída piso a piso, nivel a nivel. Y claro, el deporte no era ajeno. Es más, si el calcio caía, ¿cómo no lo iba a hacer el pallacanestro?
Clubes míticos desaparecían, grandes competiciones se veían frustradas. Y el talento italiano seguía teniendo ese toque especial. Salían jugadores, sí. Pero ya conocemos todos la historia: anarquía, individualidad, ningún tipo de orden.
Y entonces esos cimientos de papel, los pilares que mojados no podían sostener ningún sistema en ninguna de las esferas de la vida, parecía pegarse como una lapa a todos y cada uno de los jugadores. Sin unidad, caerían. Sin cohesión, brillaban como estrellas durante alguna noche que otra. En la NBA la irregularidad llamaba a las apariciones de todos y en Europa… pues poco que recordar que no sepan.
Entonces aparecía un nombre en toda esta vorágine. Quizá con menos brillo que el resto, sin aquella mística romana en la que sus dioses asemejaban hombres que podrían jugar con la eternidad. No, era trabajo y regularidad. Sensación de conocer el juego, practicarlo en la cancha e… irse a casa. Es Melli.
Nicolò Melli (Reggio Emilia, 1991) siempre pareció un buen proyecto de pívot. El rubio de 205 centímetros que pese a un cuerpo aún delgado tenía cierto talento para rebotear en ataque. No era cuestión de qué hacía (los fuegos de artificio que engrandecieron tanto a otros) sino del cómo: el chico sabía jugar al baloncesto.
Pero siempre tuvo una gran traba: su físico. Carecía de ese cuerpo atlético que requería el nuevo siglo. Y eso que era ascendido a la plantilla de Pallacanestro Reggiana con tan sólo 13 años para suplir lesiones. Tres años después conseguiría firmar cinco años de contrato con el equipo de su ciudad y empezaría a acudir a los Training Camps que cada marca ofrece como escaparate de los mejores jóvenes de Europa y del mundo. Jordan y Nike, Adidas, Reebok. En él ya se hablaba de su ética de trabajo, su instinto y su saber estar dentro de la pista. La tranquilidad de quien entiende el juego.
Cuando muchos ojos empezaban a tener en vista a ese delgado chico rubio que sabía colocarse tan bien en los rebotes, Melli sufría una grave lesión de ligamento cruzado en su pierna izquierda. Era el final de 2008 y tras un comienzo de temporada espectacular tenía que ser operado e incluso, por su altura, dudando si volvería a las pistas.
Volver a las canchas, volvió. Pero su cuerpo cada vez parecía más frágil, conllevando lesiones que muchas veces venían por aquella maldita rodilla. Salían nombres, deslumbraba una generación europea. Y Melli quedaba en un segundo plano.
En estas anduvieron sin miedo por Milán: ¿talento? Para dentro. Confianza en forma de contrato largo y tiempo. Cesiones, si, controladas. Y aquellos que apuntaron en la agenda su meritoria ética de trabajo entonces verían recompensada esta observación.
Desde entonces Melli no sólo no ha dejado de progresar sino que ha conseguido superar las barreras que le otorgaban sus futurólogos, aquellos que pronostican a qué puede llegar un talento. Jugador de equipo, ayudará, perfil medio. No, a día de hoy podemos decir sin lugar a dudas que Nicolò Melli es uno de los mejores jugadores de Europa.
Que no sólo ha logrado mejorar su inteligente posición en el rebote sino ofrecer mucho más repertorio a su juego. Sacar su cuerpo de la zona y llevarlo incluso a la línea de tres, donde será una amenaza. Ofrecer un buen movimiento de pies en la zona. Su físico ya no es endeble sino más fuerte, adaptado a poder correr por la cancha y también a meter el cuerpo ante cualquier pívot de la competición. Porque si algo tiene es predisposición y ánimo por la lucha y el sacrificio. Auténtico jugador de equipo.
¿Y saben qué? Eso no es algo que saliese de aquella generación italiana. Y quizá esa situación que le hace tan especial es la que probablemente le ha llevado a jugar en un aspirante al título con Zeljko Obradovic en el banquillo. Y a rechazar a algún equipo NBA, porque según sus propias palabras, <<lo que quiero es ganar la Euroleague>>.
Un tipo que jamás dejó de mejorar. Porque como hemos dicho, entiende el juego a la perfección.
Deja un comentario