Con el reposo y la tranquilidad que dan las horas que han pasado desde que el Real Madrid levantara la Euroliga en Belgrado, ya podemos (puedo) ponerme moñas sin que la emoción del momento sobrepase más de lo necesario.
Cuando el pasado 9 de agosto se nos lesiona Sergio Llull, los madridistas volvimos de vacaciones para activar nuestro modo favorito: el drama veíamos incapaces de hacer nada bien hasta que volviera a jugar, y ya nos inquietaba cómo iba a volver, e incluso alguno llegó a preguntarse cuánto iba a tardar en reincidir en su lesión. Los más optimistas dijeron que podría llegar a la Copa, los más pesimistas que la temporada estaba perdida. Es verdad que alguno se consoló diciendo que al menos nos quedaba Doncic. Pero también es cierto que llevamos desde septiembre llorando preventivamente su marcha a la NBA. Y buscando sustitutos. Muchas veces sin pararnos a pensar en el maravilloso año que nos está regalando y en cómo se ha dejado el alma para irse con el título de campeón de Europa. MVP de la liga regular y MVP de la Final Four. El niño se ha hecho mayor y, antes de independizarse nos ha dejado el mejor regalo posible.
Somos una auténtica montaña rusa de emociones y eso se ha visto durante la temporada. Mientras el equipo trabajaba y salvaba escollos y se sobreponía a cada golpe en forma de lesión o de derrota, nosotros íbamos dando la temporada por perdida y empezábamos a buscar nombres para la próxima temporada. O para la actual. Pero si hay algo que nos ha demostrado el Real Madrid de Pablo Laso es que nunca hay que darlo por muerto. Y muchos lo hicimos, (¡vaya que si lo hicimos!), después de esa primera derrota en Atenas en el playoff. Cuando nadie daba un duro por ellos, lograron ganar el segundo partido generando un cauto optimismo.
Y cuando una foto de mandarinas publicada por Sergio Llull empieza a desatar los rumores de su regreso para el momento más importante de la temporada, nos volvimos locos y nos sentimos invencibles. Otra vez la montaña rusa. Pero como nos gusta un drama, ya nos dimos pocas opciones en la Final Four de Belgrado. Ya alguno preguntaba qué había que hacer con Laso en caso de que no se ganara. Ansiedad por anticipación, creo que se llama. Porque parece que no hemos aprendido que llegar como favorito a la fase final no sirve de nada. Y si no, recordemos Milán o Estambul como ejemplos recientes de tenemos todas las papeletas para ganar y al final nos damos con un canto en los dientes.
Semifinal contra CSKA: Un descorazonador 30-20 en contra en el primer cuarto. Menos mal que entre Causeur, Llull y Carroll arreglaron el mini desastre en el arranque del segundo cuarto. Ya con el primer momento complicado salvado, era el momento de dejar de llorar y centrarnos en el partido. Victoria final. Suspiro profundo de alivio. Y ya a pensar en Zeljko Obradovic. Porque era imposible que Pablo Laso pudiera plantear un partido capaz de sorprender a Obradovic. Ese señor que tenía las mismas Copas de Europa que el Real Madrid. Era la final del desempate. La Décima iba a caer seguro. Ahora faltaba saber del lado de quién. En nuestro ya resaltado dramatismo habitual, pesaba más el currículum de Zeljko que el estado actual de la plantilla que, por fin, llegaba con todos los jugadores a falta tan solo de Kuzmic.
Para saber detalladamente lo que pasó en el partido están las crónicas. El resultado de victoria final desató la euforia. No es para menos. Llevábamos desde la final de Madrid en 2015 diciendo que a este equipo le faltaba otra Euroliga para consolidarse en la memoria madridistas como uno de los mejores equipos de nuestra historia. Y ahí la tenemos.
Me alegra especialmente por Pablo Laso. Creo que es la victoria en la que más se ha resaltado su responsabilidad. No tardamos en pedir su cese o dimisión tras las derrotas. Y él parece estar dedicado a callarnos la boca. Ha tenido uno de los años más complicados de su carrera. Recuperar al equipo física y mentalmente no ha debido ser un trabajo fácil. Trapero, el preparador físico, reconocía en Real Madrid TV que el cuerpo técnico llegó a pensar que no llegaban, pero que nunca quisieron transmitir esa sensación a los jugadores.
Pablo Laso ha puesto todo su corazón en el Madrid. Se ve en el cariño de sus jugadores y de sus ex jugadores, a los que no duda en defender a la mínima oportunidad. También en su forma de responder ante las adversidades, que es siempre en la cancha. Y en su forma de tratar a la afición, que siempre ha sido su principal crítico y, quizás, quien peor le ha tratado. Perdónanos Pablo, porque no sabemos lo que hacemos. Porque todavía le pediremos responsabilidades si no se gana la ACB. Porque si la temporada empieza perdiendo la Supercopa, ya la daremos por perdida. Porque si se pierde un partido cualquiera a mitad de temporada, ya diremos que hay que buscarle relevo.
Las dramaqueens somos así. Así que mi propuesta es que esta vez paremos, respiremos y volvamos la vista atrás. Y recordemos los últimos quince años antes de la llegada de Laso. Porque eso, señoras y señores, sí que fue para llorar. Vivimos con tanto miedo a volver a aquella oscuridad, que no nos centramos en vivir el momento actual, cuando estamos disfrutando de un equipo irrepetible, con jugadores comprometidos como nunca y con un cuerpo técnico que trabaja a destajo para que todo el mundo tenga su sitio. Que no tenemos que inventarnos dramas, que somos Campeones de Europa. Enhorabuena a todos.
Macarena García (@macagb84)
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