Una nueva Euroliga. Una nueva Copa de Europa, que es como se llama en recto madridismo a la principal competición continental. El club de los veintitrés entorchados vuelve a la búsqueda de otro. Esta vez en el deporte de la pelota gorda.
El que escribe no puede por menos que hacer memoria de lo heredado y lo vivido: Saporta, el Frontón Fiesta Alegre, las cuatro (casi) consecutivas, Ferrándiz, la autocanasta, Lolo, la sexta (mi primera) en Munich, Rullán/Meneghin, el equipo macabeo, la Cibona de Petrovic, el Limoges de Maljkovic, la isla de Sabonis y Arlauckas en un mar de desconcierto hasta arribar en Terra Laso.
Ha pasado mucha agua sobre el arrecife y el Real Madrid es otra vez un referente en Europa. No se trata de ganar o perder. Se trata de estar. A punto de que la urgencia por la victoria nos devore, reflexionemos sobre lo que cuesta llegar y mantenerse en la cumbre. No hablamos sólo de que los contrarios también juegan. Es muy laborioso montar un equipo hambriento tras el triunfo y moderado tras la derrota. Y mantenerlo firme cuando se acerca al abismo, ya sea por una plaga de lesiones, por perdida de jugadores estrella o por malas decisiones. Los hombres de Florentino Pérez han demostrado valía y temple en todos los estratos de la sección. Dos requisitos obligatorios para una buena gestión, tan excepcionales en la España de hoy.
El Madrid pondrá ante el Darussafaka el título europeo al alcance del mejor postor. Todos son legítimos aspirantes. El sueño de la reválida no es quimérico ni preceptivo. Tampoco el aficionado blanco teme por el adecuado proceder de los jugadores y cuerpo técnico. Siempre que el esfuerzo pese más que la complacencia. Luego, la Primavera repartirá flores y espinas sin pararse mucho en la ecuanimidad.
El aficionado ya maduro que soy no olvida la sangría que la NBA provoca todos los veranos en los clubes europeos. Cada año es más difícil que grandes jugadores norteamericanos vengan a nuestro continente y, lo que es peor, que a nuestros mejores hombres les resulte irresistible, deportiva y económicamente, no hacer las Américas. Este año, el duelo Wanamaker-Doncic no será en Vitoria. Serán dos novatos en busca de minutos después de protagonizar hazañas y crónicas a la vuelta de la esquina.
Esto es lo que hay, esto es lo que tenemos. Los escudos y los afectos, al menos, resisten dentro de una competición que se mantiene en pie a pesar de los empellones foráneos y las incongruencias internas. Jueguen, jueguen. A por la Oncena.
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