Han pasado ya varias horas y el madridismo sigue en estado de shock y seguirá estándolo durante días. Ni los aficionados ni los integrantes del club blanco se explican qué han podido ver los árbitros en la última jugada de la final ante el FC Barcelona del día de ayer. Probablemente, tampoco nadie se explica cómo los colegiados no señalaron falta de Randolph en la entrada a canasta de Singleton, pero al menos ahí queda la duda del directo, de un momento de tensión en el que tienes que decidir en décimas de segundo. Precisamente, tal y como ocurrió el año pasado con Claver y Taylor porque, recordemos, las faltas no dan lugar a una posible revisión.
Pero, con la pausa y la perspectiva que te da una herramienta infalible como es el instant replay, la verdad, las opciones de fallo son nulas. Solo un humano cargado de remordimientos en pleno sentimiento de culpa por el fallo anterior puede utilizar de una manera tan errónea un utensilio que te brinda en bandeja la posibilidad de ser lo más honesto posible. Y ahí es donde está el mayor agravante, en la honestidad de no señalar lo que uno ve desde infinidad de perspectivas diferentes, a cámara rápida, lenta y súper lenta.
Sí, el Madrid no debió perder nunca una renta de 17 puntos, pero esto es baloncesto, deporte. Lo juegan humanos, seres con altibajos emocionales a los que en un momento dado les quema el balón, se les empequeñece la muñeca o simplemente toman decisiones erróneas por la presión del momento. No tienen posibilidad de rebobinar y defender la misma jugada de otro modo, o de volver atrás y decidir jugar al pick and roll en vez de tirar esquinado y con la defensa encima.
¿Saben quiénes sí disponen de esta posibilidad? Efectivamente, los árbitros. Y, cuando tienes todo en tu mano para no fallar, para hacer lo correcto a pesar de haberlo hecho mal, muy mal, horriblemente mal en la jugada anterior y no lo haces, dejando perplejos a todos los televidentes, eso solo tiene un nombre: bochorno.
Esta acción debe suponer un punto de inflexión para el baloncesto. La ACB debe responder y asumir su culpabilidad ante un fallo de esta magnitud. El silencio no debe ser la única respuesta. Los fallos en apreciaciones en directo siempre se han asumido como humanos y, aunque generen malestar, nunca habían llegado a la magnitud de los visto en la final de esta copa del rey. Esta jugada ya para la historia negra de nuestro baloncesto obliga a algo más. ¿El qué? No me corresponde a mí decidirlo.
El FC Barcelona no ganó la Copa del Rey 2019 por los árbitros, pero el Madrid sí la perdió por ellos. Es difícil de entender pero es así de compleja la cuestión. Lo que está claro es que ayer no solo perdió el Madrid, perdió el Baloncesto, perdimos todos los aficionados que ayer asistimos perplejos a la defunción de la honestidad.
Deja un comentario