El baloncesto europeo, gracias a la Euroliga, ha alcanzado una dimensión que nuestros padres o abuelos jamás se hubiesen imaginado. Ya no se trata de una competición semi-clandestina a nivel mediático y con una organización anclada en el pasado, sino que ya nadie duda que se trata de la mejor liga del mundo después de la NBA.
Estrellas consagradas como Mario Hezonja, Shane Larkin, Kendrick Nunn, Nikola Mirotic, Sasha Vezenkov o Edy Tavares y clubes históricos como Real Madrid, Partizan, PAO, Milano y Olympiacos aportan ese prestigio y esa rivalidad deportiva a nuestro baloncesto que tanto nos engancha a esta competición, pero que, en ocasiones, se ve manchado por actuaciones arbitrales indignas y anacrónicas que nos retrotrae a lo peor de la historia de la Copa de Europa, con robos y prevaricaciones lo suficientemente documentadas como para sentir vergüenza e indignación porque se sigan cometiendo en pleno 2025.
La actuación arbitral del pasado viernes en Mónaco demuestra como todavía hay mucho trabajo que hacer para que este tipo de hechos no sigan manchando el prestigio de la Euroliga. Más allá de las típicas decisiones cuestionables que se deciden a favor de uno u otro equipo durante los 40 minutos de partido, en Mónaco hemos visto como Anne Panther no tuvo reparos en llevarse el silbato a la boca y señalar como «falta» de Alberto Abalde un claro e inequívoco resbalón de Mike James a escasos metros de su presencia. Con esa actitud tan chulesca y prepotente de quien sabe que es la autoridad. Y cuya actuación no va a tener mayores consecuencias que un par de jornadas de «vacaciones pagadas».
Un hecho que en otros contextos de mayor seriedad sería considerado como delictivo y prevaricador, pero que en el mundo del deporte siempre se disfraza de «error» sin argumentos de mínima solidez que ayuden a defender tal decisión. En una jugada así no hay margen para la interpretación, ni error humano posible. Y la única explicación es el exceso de respeto a ciertos jugadores y equipos, que cuentan con directivos y ambientes más beligerantes, en detrimento de otros, que cumplen unas normas mínimas de respeto y seguridad al recibir tanto a rivales como a colegiados.
Esto debería hacer reflexionar a los dirigentes de Euroliga. Y decidir si de una vez por todas se toman medidas ejemplares para acabar con esto o si no quieren que todo ese prestigio y esa credibilidad que se quiere ensalzar temporada tras temporada desde su departamento de marketing sea creíble.
En el Madrid, por desgracia, ya sabemos que más allá del pataleo en RMTV durante un par de días, no se van a llevar a cabo acciones de mayor calado. A fin de cuentas, estamos a otras historias más crematísticas. Y defender los intereses de nuestro equipo, staff técnico y jugadores ante los intocables de la Euroliga, no es algo que se considere prioritario.
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