Recibí un mensaje en mi móvil: “Al final vamos a la Copa”. La verdad es que me hubiera encantado poder acompañarla, pero me resultó imposible. “No te vuelvas sin ella”, la dije. Era la ilusión del que se desplazaba cientos de kilómetros por ver a su equipo y la ilusión (¿existe la ilusión resignada?) también del que lo va a vivir intensamente en la distancia.
Y es que esta situación tan personal, se repitió en miles de rincones de España. Muchos de esos protagonistas, hastiados, dolidos y heridos en su amor a este deporte y a este club habían perdido ya la esperanza de volver a ver al Real Madrid dominar. La luz al final del túnel parecía una quimera en boca del afortunado distante. Sin embargo, el equipo de Laso ha acabado de golpe y plumazo, en apenas tres años, con todos los prejuicios. Ha cicatrizado casi todas las heridas (esa memoria selectiva que bloquea los recuerdos amargos) y ha invitado a sus aficionados a soñar.
No me escondo y reconozco que en su inicio, la figura de Pablo Laso me generaba dudas. Mis temores estaban basados no en su capacidad -pues amigos de mi total confianza, como Gonzalo García de Vitoria, actual entrenador del Ourense y amigo de Laso, me decían que si le dejaban trabajar, acabaría triunfando-, sino en que entendía que el Madrid era un club con urgencias que no se podía permitir el lujo de ver crecer un proyecto a la par que ver madurar a su entrenador. Obviamente, me equivocaba. Erré en los tiempos y en el planteamiento.
Desde un principio, Pablo Laso tuvo claro que el Real Madrid necesitaba divertirse. Clamaba una metamorfosis. Estudió la plantilla que tenía y se encontró con jugadores que también rogaban divertirse. Hombres como el Chacho, cuya transformación es el más claro ejemplo de este cambio: divertirse divirtiendo. Entonces, los escépticos dudábamos de si con ese estilo de juego tan alegre sería suficiente para poder lograr títulos. De nuevo, volvimos a errar y de qué manera (victoria en la final de la Copa del Rey ante el FC Barcelona, en Barcelona y con contundencia en la temporada 2011-2012).
Toda vez que se recuperó la senda de los títulos, los incrédulos (el escudo tras la herida es inevitable y aunque se recupere la ilusión, es necesario el tiempo para romper con la desconfianza, ¿no es cierto?) poníamos en cuestión si este éxito sería flor de un día. No podíamos estar más alejados de la realidad. En la siguiente temporada, la Liga y la final de la Euroliga (donde el miedo a ganar fue más grande que el temor a perder, con la ayuda de la permisividad arbitral para con la defensa del Olimpiacos) desterraban todos esos prejuicios, todas esas pesadillas.
Mentiría si digo que veía en la final de la Copa de este año al Real Madrid claro favorito. No olvidemos que el Barcelona, por plantilla, es uno de los equipos más potentes de Europa (y de los más caros). Que ha gastado dinero a espuertas para intentar discutir la supremacía lasiana de las últimas temporadas y que llegaba a la cita en su mejor momento.
Sin embargo, un buen amigo, gran conocedor de este deporte, me daba esperanza la noche de antes mientras le confesaba mi miedo a la defensa del bloqueo central y la continuación que tanto ejecuta el Barça. “Hasta el momento, no se le puede poner ningún pero a Laso”. Y llevaba razón.
Por ello, la canasta de Llull sobre la bocina fue la canasta de la justicia. La justicia con el baloncesto, pues no se había visto a nadie jugar y dominar de esta manera en las últimas décadas y eso merece títulos. La justicia con un club, convertido en un sufridor en el mundo del basket en los tiempos modernos. Justicia con aficionados como Sheila, que me hizo caso y se volvió con la Copa. Justicia con el propio Llull, criticado inmensidad de veces por falta de acierto en las posesiones finales. Y justicia sobre todo con Pablo Laso. Un hombre que llegó entre sombras y ha devuelto la luz al Real Madrid.
No me queda más que pedirle disculpas a Pablo Laso, por dudar de él, por desconfiar de su baloncesto y por criticarle algunos de sus planteamientos. Perdón y sobre todo, gracias por tanto.
PD. Hago extensible también el reconocimiento a Alberto Herreros, injustamente tratado por gran parte de la parroquia madridista. Comparando siempre su labor con la de Creus, cuando Alberto ha demostrado saber fichar mejor y más barato. Con sus errores, por supuesto, pero muchos menos que los del director deportivo de su eterno rival.
Deja un comentario