Después de una pelea épica entre titanes y dioses griegos, plena de exigencia física y mental, que culminó con la clasificación del Real Madrid para la Final Four de Belgrado, el derbi ante Estudiantes se presentaba, a priori, como un escollo duro, un partido de alta intensidad, que exigiría un extra de entrega y concentración a los blancos, máxime cuando el cuadro del Ramiro llegaba en la mejor dinámica de las últimas temporadas.
En la lista de bajas, el Madrid presentaba nada menos que a Ayón, Rudy, Randolph, Campazzo y la de larga duración de Kuzmic. Se encomendaba Laso a los jóvenes canteranos (cuatro en la plantilla blanca en el derbi, por dos en el lado colegial) Doncic, Yusta y Radoncic y a un Eddy Tavares que no tuvo demasiados minutos ni trascendencia en la serie ante Panathinaikos.
Pues bien, lo que se presentaba como una tarde de barro, de trabajo duro, acabó siendo un agradable paseo vespertino. No hubo color (que no fuera el blanco), ni discusión colegial de la superioridad blanca. Ni tampoco tensión, ni siquiera un ambiente demasiado hostil para lo que antaño eran estos partidos. El Estudiantes apenas planteó batalla en los primeros compases, jugando sin aplicación defensiva, música para los oídos madridistas tras el desgaste ante los griegos y al intercambio de golpes (16-21). Lo único noticiable en ese primer acto fue una caída de Llull tras penetración, que hizo saltar las alarmas en la parroquia blanca al pedir el de Mahón el cambio (el propio Llull aclaraba después que simplemente fue un susto). En el momento en el que el Madrid se desperezó, de la mano de Tavares, Thompkins y Doncic (9, 7 y 13 puntos hasta ese momento), llegó la amenaza de rotura del partido (31-44 al descanso). Una amenaza que se hizo real a la vuelta de vestuarios tras superar con tranquilidad el Madrid la veintena de diferencia, con dominio del rebote defensivo, transiciones y buena circulación de balón. Con un Trey Thompkins navegando a placer en esas aguas y un Tavares dominador (cinco tapones sumaron entre ambos).
La vuelta de Llull al partido, además de devolver la tranquilidad a la afición madridista, puso la puntilla al duelo, llegando a alcanzar la diferencia los 30 puntos (56-86, minuto 34). A partir de entonces, los de Pablo Laso levantaron el pie del acelerador y el Estudiantes pudo maquillar el resultado, con puntos de Landesberg, máximo anotador de la ACB, que hasta ese momento fue secado a la perfección por Yusta y Taylor. Hubo tiempo también para que Melvin Pantzer, base sueco de la cantera madridista y que ha ayudado a Llull en los entrenamientos para su recuperación, pudiera debutar en un derbi.
Hasta la cita de Belgrado y con la ventaja cómoda de triunfos sobre el segundo clasificado (cinco a falta de cinco partidos), que asegura virtualmente el liderato de la fase regular, la ACB se le presenta al Madrid como la manera ideal de que Llull sume minutos de competición (el ritmo ha demostrado que lo tiene) y de que los más habituales lleguen con las pilas cargadas. Los deberes en la competición doméstica ya están más que hechos hasta los playoff.
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