Me dice alguien hace menos de un mes que iba a escribir estas líneas tras haber estado en Belgrado y posiblemente me hubiera dado un ataque de risa y además habría recomendado a esa persona que dejara el estramonio, que su consumo produce alucinaciones. Sin embargo, varias circunstancias favorables y algunos conocimientos de historia del baloncesto europeo (hola mamá, hola papá, ya os dije hace años que ver tantos partidos terminaría sirviéndome de algo) me permitieron ganar un concurso de una marca de embutidos -patrocinador de la Euroliga- que consistía en viajar a Belgrado con todo pagado. Gracias por tanto, Robabalones, aprendí del mejor.
Me avisaron tres semanas antes de la semifinal, la mañana del mismo día en el que el Real Madrid cerró su clasificación para la Final Four tras ganar al Panathinaikos. Mi compañero de viaje fue mi amigo (y primo) Ismael, que tuvo que hacer unos apaños con la universidad para poder venir. Según se acercaba la fecha del vuelo nos mandaban información con las diferentes actividades que incluía el viaje y mi expectación y la envidia ¿sana? de los compañeros de esta web crecía por momentos.
El pasado jueves 17, a las 9:30 de la mañana, estábamos citados en el control del aeropuerto. A las 11:30 viajábamos a Roma y allí cogeríamos otro avión a Belgrado ya que la capital serbia no tiene vuelo directo desde Madrid. En ese rato previo a subirnos al primer avión los ganadores del concurso y gente de márketing de la empresa nos fuimos conociendo y no tardamos en hacer buenas migas. Los vuelos tuvieron poca historia, más allá de compartir ambos aviones con las parejas de varios jugadores del Madrid (Maca, la crónica en rosa está más viva que nunca).
Recién aterrizados en Belgrado empezamos a ver aficionados de los otros equipos en el control de pasaportes y como podréis intuir los turcos ya eran mayoría. Nos recogió una furgoneta (el conductor, Goran, podría haberse dedicado a los rallies) que nos llevó al hotel, donde nos repartimos las habitaciones y estuvimos hasta la cena de la noche. El restaurante incluía música en directo, aunque lo más relevante fue que había barra libre de cerveza. Me detengo en este punto por razones obvias: la cerveza en Serbia es suave pero está tirada de precio (dos euros el medio litro en cualquier bar). La cena sirvió para ir cogiendo confianza entre todos los que viajábamos juntos y la noche terminó tomando copas en un local situado en el castillo de la ciudad.
El viernes, día de la semifinal, teníamos programada una visita guiada por la ciudad y entradas para el museo de Nikola Tesla y los subterráneos de la ciudad. Sonja, nuestra guía, nos contó que la «Yugo-nostalgia» sigue muy presente en el país, que el Mariscal Tito es una figura reverenciada en gran parte de Serbia y que Javier Solana y la OTAN son poco queridos allí («qué sorpresa»). La ruta duró unas cuatro horas y tras visitar el Templo de San Sava fuimos a comer, donde recuperamos fuerzas e hicimos tiempo hasta que nos dirigimos al pabellón.
Por poneros en situación, llegamos a los exteriores del Stark Arena a las 16:30h pasadas (la primera semifinal empezaba a las 18h) y como manda la tradición, buscamos un bar para hacer una previa en condiciones. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando nos dijeron que no les quedaba cerveza porque «estaba prohibida la venta dos horas antes de que empezara el evento». Algo chafados, fuimos al pabellón donde tardamos unos 45 minutos en recorrer algo más de 100 metros. Me explico: el primer control servía nada más para verificar que tu entrada era en ese sector, el segundo para absolutamente nada y el tercero, ya entrando al pabellón, incluía cacheos y pasar por un detector de metales. En este último los aficionados turcos empezaron a quejarse ya que muchos entraron con el Fenerbahçe-Zalgiris empezado ante la lentitud de los controles.
Una vez dentro vimos que nuestro asiento estaba dos filas por detrás de los familiares de los jugadores, gracias a lo cual hemos chupado cámara de lo lindo durante los partidos. Nos hicieron una entrevista en RMTV tras acabar el primer partido y pasamos el tiempo como pudimos hasta que empezara nuestro encuentro. El CSKA-Real Madrid empezó mal pero en el segundo cuarto el equipo empezó a defender, a meter triples y la cosa cambió. En la segunda parte la ventaja se fue ampliando y a pesar del calamitoso acierto desde el tiro libre logramos el pase a la final sin sufrir demasiado. Felices y de vuelta al centro de la ciudad, buscamos un restaurante donde comer algo y LA CASUALIDAD es que fue el mismo local que eligieron las familias de los jugadores para cenar.
El sábado teníamos día libre así que no madrugamos, desayunamos con calma y nos fuimos a la Sala Pionir, donde se jugaba el torneo junior de la Euroliga. El recinto, que por fuera parecía una clínica de desintoxicación abandonada, es un lugar mítico del baloncesto europeo aunque una reforma no le vendría nada mal.
Vimos parte del choque del Real Madrid y el primer tiempo del Estrella Roja-Stella Azurra, en el que los locales contaron con más de 1000 personas en las gradas apoyándoles. Tras comer, la tarde la dedicamos a visitar la Fan Zone y a dar una vuelta por la orilla del río Sava. Por la noche, en plena cena, empezamos a ver movimiento de antidisturbios y de repente nos encontramos a miles de aficionados del Estrella Roja de fútbol celebrando el título de Liga con bengalas por el centro de la ciudad
Domingo, día de la final. Reconozco que dormí poco y mal aunque durante el día estuve más tranquilo. Creo que la cata de rakia, un licor serbio similar al brandy hecho con diferentes tipos de fruta, tuvo algo que ver. Tres tipos diferentes de rakia relajaron la espera y tras comer como si no hubiera mañana en una especie de sociedad gastronómica balcánica fuimos hacia el pabellón. Tuvimos menos problemas para entrar aunque en esta ocasión me quitaron la bandera que llevaba (#SuicidasOnTour), cosa que se repitió con más aficionados blancos. Los turcos, sin embargo, metieron lo que quisieron.
La hora se acercaba y los nervios crecían. Aproveché para desvirtualizar a David Manzano, con el que he interactuado muchísimo por Twitter en los últimos años pero al que aún no conocía en persona (eres altísimo, tío). La hinchada amarilla del Fenerbahçe llenaba el 80% del pabellón y amenizaban la espera con cánticos hacia nuestra zona que incluían un «puta Madrid» y «Cataluña Cataluña (?)» acompañados de peinetas y cortes de mangas.
Empezó el partido. El equipo daba la sensación de dominar y pese a ello llegábamos dos puntos por detrás al descanso. Pero en la reanudación los puntos de Causeur nos dieron una ventaja que ya no perderíamos el resto de la noche y logramos entrar en los últimos minutos con cierto margen. Pese a todo, los turcos se pusieron a tiro en el último minuto hasta que Trey Thompkins con un palmeo nos puso 5 arriba a 18 segundos del final. El triunfo era un hecho y quien escribe esto no pudo evitar las lágrimas de emoción mientras cantaba con la poca voz que me quedaba el «cómo no te voy a querer si fuiste campeón de Europa por décima vez» y abrazaba a mi primo.
Era el final perfecto a una temporada difícil en la que el equipo, a pesar de los infinitos problemas de lesiones, me ha ayudado a superar meses complicados en lo personal. Muchas veces intento explicar por qué este Real Madrid de baloncesto significa tanto para mí y sigo sin saber cómo hacerlo. En las buenas y en las malas.
SIN VOZ, TEMBLANDO DE LOS NERVIOS Y LLORANDO DE EMOCIÓN. TE QUIERO MÁS QUE A MI VIDA, @RMBaloncesto.
LA DÉCIMAAAAAAAAAAAA
— Pablo Herrero (@pablohm29) May 20, 2018
Vimos a Felipe y Llull levantar la Décima, a Trey Thompkins señalarse el escudo mientras saludaba a nuestra grada y a un Pablo Laso emocionadísimo abrazado a su familia. Tras las fotos de rigor celebrando un momento histórico volvimos al hotel y buscamos un lugar para cenar. Pero decidimos saltarnos la parte de comer y pasamos a beber directamente. Y como había que celebrarlo a lo grande pusimos rumbo a la terraza del Hilton y sus vistas panorámicas de la ciudad. A pesar del sablazo que nos dieron en el taxi nada iba a estropear la noche y las copas supieron a gloria. Cuando nos echaron de la terraza fuimos -andando- al hotel donde dormimos poco ya que salíamos hacia el aeropuerto a las 8:30.
La vuelta, con escala en Roma tras carrera de terminal a terminal incluida, nos permitió dormir y ya en Madrid nos despedimos del grupo con el que compartimos un viaje inolvidable, en lo deportivo y en lo personal, y en el que me quité además la espina que tenía clavada desde que viví en Milán aquella final de horrible recuerdo.
Pablo Herrero – @pablohm29
PD. Gracias a los que habéis llegado hasta el final, que he soltado una buena turra. Gracias a Ismael, que me prometió antes de irnos que si él viajaba a una final era para ganarla y lo cumplió. Y gracias a esa pequeña familia que hemos formado estos días en Belgrado: Óscar, Raquel, Luis, Alberto, Bárbara, Natalia y Alberto 2.
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